Black Mirror: el mito de las edades

La nueva temporada de Black Mirror vuelve a enfrentarnos a fantasmas. Ya no solo es Orwell o Huxley, son nuestros recuerdos de hace tres años, de unos meses, días u horas.

En la era digital todo es bienvenido, todo es pervertido. Los contenidos son interactivos, las citas son no lugares sin empatía y la hegemonía del control está más visible que nunca. Esta descripción no solo es la temática de Black Mirror, es la contemporaneidad, no ciencia ficción.

La nueva temporada de Black Mirror comienza recordándonos cómo juzgamos a los otros, cómo los puntuamos, los incluimos, los excluimos, cómo nos hemos convertido en los dioses de la superioridad moral. Black Mirror nunca estuvo lejos de la realidad, quizás hasta llegó con retraso, la app  Peeple  ya existía antes del episodio titulado Nosedive. Ya no solo prejuzgamos por ser negro, gay, lesbiana, latino, transexual, por tu ideología política, etc, ahora hay que ceñirse a seguir las nuevas normas del show, el digital.

Ya no solo es el irrespeto en la calle, es en tu casa frente al ordenador. No es la cosificación de la mujer en el comercial de TV, son los 160 caracteres en un tweet sexista de un político; no es la infidelidad con tu secretaria, es el chat porno que tienes con tu ex amiga con derecho mientras estás en tu luna de miel. Eso, a grandes rasgos, nuestro espejo en la era digital.

 

La era digital como plantea la ficción de Black Mirror no ha sido pervertida, ha sido establecida. En la serie todo está basado en normas, como en el inicio de la sociedad. Lo interesante es que la ficción de Black Mirror sorprenda y el espectador no se reconozca con lo que tiene al frente. No es una crítica, es hacerse cargo de dónde estamos, de vivir en el ahora, de mirar a dónde vamos.

Nuestro olvido con la inmediatez es claro y podemos verlo en hechos. Twitter, la red social del pajarito, se creó a partir de una premisa: ¿qué está pasando? Fue allí cuando la gente empezó a publicar respuestas tan obvias como: “comiendo una ensalada con mi madre”. Sin embargo, años más tarde, la premisa se comió a un snob. Un ejemplo claro: el ex candidato presidencial español Pedro Sánchez era burlado por tweets que había producido en sus inicios como usuario de esta red social. Sus respuestas eran cotidianas, pero fácilmente risibles dentro de la nueva usabilidad de esta red, más aún siendo un personaje público. ¿Pero no iba de ser expresivo y empático, no era eso Twitter? ¿Quién cambió las normas?

Al parecer hemos heredado el prejuicio de la vida real y lo hemos reflejado en nuestra vida virtual. No solo en los usos de las redes sociales, también en los algoritmos que creamos para que nos automaticen las dos vidas. En la actualidad podemos ver cómo Spotify nos genera un playlist semanal basado en nuestros gustos, así como Google nos muestra publicidad basada en nuestras búsquedas.

Quizás nos hemos convertido en un target duplicado, un doppelgänger, de nuestros propios vicios e imperfecciones. Después de tanto quejarnos de los vicios de la era digital, de que Black Mirror nos genere dudas y miedos, no hemos hecho nada. Hemos creado un uróboros con nuestros prejuicios y gustos para generar un nuevo sistema, ese que tanto nos entusiasma, del que hacemos bitmojis y nos reímos al mismo tiempo que subimos nuestra mejor foto, la más retocada a Tinder para ver si hacemos match con alguien.

Es solo Black Mirror el que debe cuestionarnos: ¿hacia a dónde vamos? El mito de las edades de Hesíodo siempre tan cercano a nosotros.

 

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