riesgo a la vida

La entrega al riesgo

La escritura y el arte en general son la batalla contra la nada, contra el desamparo, la angustia, la nostalgia del hogar, de fantasmas. El artista con su trabajo se salvaguarda y protege de esa nada que le han dicho que contiene al universo, que le precede.

La nostalgia y la angustia son producto de un recuerdo, que es más bien una intuición, de haber pertenecido a algún lugar, del temor a ser responsables de nosotros mismos y de otros, del desasosiego que causa el dominio de un azar atroz y arbitrario en el mundo y, para algunos de nosotros, de la orfandad religiosa. No obstante, algunas de éstas son condiciones de posibilidad del arte. Aristóteles señala en la Ética a Nicómaco, recordando a Agatón, que el arte y el azar tienen un pacto. Todo quehacer humano solicita un espacio vacío, una carencia, algo indeterminado, una página en blanco.

El ser humano es libre de elegir lo que va a hacer, cómo actuar y qué decir porque su naturaleza y su futuro no están establecidos y determinados de antemano. El existencialismo de Sartre propone precisamente esto: la existencia antecede a la esencia. La esencia del existente no está dada antes de que éste nazca, sino que se va haciendo a medida que va viviendo. El autor francés explica que no hay un Dios que conozca la naturaleza y la esencia del hombre, por lo que “el hombre no es otra cosa que lo que él se hace. Éste es el primer principio del existencialismo”. De esta manera, el ser humano no tiene otra opción que la de ser libre, él es lo que elige ser y hacer, y, en ese sentido, tiene también la posibilidad de elegir no hacer nada o no elegir. Él es responsable de sus actos, de sus proyectos, de lo que ha hecho, hace y hará con su vida.

Asimismo, según Sartre, aquello que el hombre elige para sí mismo lo elige para todos, esto es, que cualquiera que esté en la situación en la que uno se encuentra actuaría de la misma manera en la que uno lo hace, o, por lo menos, eso es lo que se espera; y, cuando se elige algo, se piensa que cualquiera en esa situación elegiría lo mismo. Siempre consideramos que tenemos una sensibilidad común. En este sentido, el ser humano es su propio legislador y no es necesario que acate leyes preestablecidas que lo traten como objeto, como una maquina que siempre funciona de la misma manera si se presiona un botón.

De acuerdo con esto, el hombre está angustiado porque tiene la responsabilidad de lo que él considera que deben ser las elecciones de los demás, del hacer propio, de la vida, de los proyectos, y, sobre todo, le angustia que sus propias elecciones no sean, en todos los casos, tan firmes como él querría que fueran. No siempre mantenemos la elección en pie. Por ejemplo, solemos romper con rapidez la promesa de vivir saludablemente.

No obstante, la angustia de la que se habla no es de la que detiene. Por ejemplo, el padre y la madre en verdad se angustian ante lo que conlleva tener un hijo a su cargo, pero esto no significa que dejen tanto de tenerlo como –posteriormente–, de cuidarlo. El existencialismo invita al hombre a definirse a través de sus actos, le recuerda la responsabilidad que tiene con los demás sólo por existir, no es que lo incita a dejar de actuar debido a la angustia que le produce dicha responsabilidad.

Tenemos un miedo profundo de aceptar que nuestra vida está en nuestras manos. Tanto es lo que desconfiamos de nosotros mismos y de los demás. Puede que tengamos buenas razones para ello. Basamos este miedo en nuestra experiencia. Sabemos que hay robos y violaciones de libertades cada segundo que respiramos. No queremos que el mundo esté en manos de la humanidad, ni nuestra vida en las nuestras. Sin embargo, debemos encontrar la manera de comulgar con nuestras responsabilidades, con las otras personas, con el azar.

René Maheu señala que “al trágico antiguo, dominado por la fatalidad ciega, opone Kierkegaard el trágico moderno, que es la aventura del Individuo”. El hombre moderno, según el autor danés, no es el héroe de las tragedias griegas que era golpeado por la fortuna, sino que es el que se aventura a su vida. El aventurero acepta y busca el riesgo y nada le impide hacerse.

Fotograma de “La grande bellezza” de Paolo Sorrentino. Fotografía de Gianni Fiorito

 

Kierkegaard también dice que la angustia del hombre es un desmayo ante su vastísima libertad. Según este filósofo, el hombre dejó de ser infinito y cercano a Dios debido al pecado original. El hombre decidió separarse de Dios al caer en la provocación. Es entonces finito y es una “nada afirmada”. La “nada afirmada” se puede ver como la “divina ausencia” de Paul Valery que cita Sartre: las personas no son lo que hacen por momentos: no son una camarera, ni una periodista sin más, ni un asesino, ni un cajero, ni un profesor. En palabras del filósofo francés: “la realidad escapa a toda definición por conductas”. De esta manera, las conductas o las profesiones no son nuestra esencia, sino que son roles que representamos, como si fuéramos actores de teatro. La esencia del actor no puede ser atrapada en ese teatro porque el telón baja y él abandona al personaje.

No es que podemos ser atrapados en esencias predeterminadas en la mente de Dios porque no hay tal Dios que predetermine nada. En este sentido, el hombre puede temer ser él mismo. Sus opciones son dos: o bien se hace responsable de su vida o no se hace, o bien decide ser él mismo y toma las riendas de su vida o no las toma. Encontramos esta idea también en los planteamientos de Heidegger. Según el filósofo alemán, el Dasein humano –esto es, el hombre, “el ser que se pregunta por el ser”–, tiene dos opciones: o ser él mismo o no serlo. No obstante, debe elegir serlo, existir auténticamente y, en este sentido, tomar responsabilidad de su vida

Estos autores nos hacen una invitación a vivir, a la actividad, al trabajo, al movimiento, al proyecto. Nos invitan a darle paso a la vida, al éros de Freud, más que al thánatos. No obstante, el hombre no es todo éros, movimiento, deseo, proyecto y vida, sino que también hay que darle un espacio a thánatos, no como muerte, sino en el sentido del olvido de sí, del descanso, de las vacaciones. El existencialismo nos invita a una fiesta a la que queremos asistir, pero es una asistencia y no una permanencia. No queremos que dure para siempre y que sea en todo momento de nuestras vidas. Una invitación a una fiesta que dure toda la vida es como no dejar de trabajar. Queremos hacer de nuestra vidas el teatro de éros y el entreacto de thánatos.

No obstante, las “vacaciones de nosotros mismos” no implican una evasión de responsabilidades. No se trata de abandonarnos o de dejar de ser nosotros, sino que se trata de una moderación del trabajo y de la actividad.

Vacilamos ante la idea de ser completamente responsables de nosotros mismos, de no tener un dios con quien compartir la carga, de habitar un mundo de riesgos, pero esa indeterminación y esa imprevisibilidad no son sólo causantes de la angustia, sino que son las que permiten la libertad, la sorpresa e inclusive el arte. El arte es un oficio que comienza con la entrega al riesgo.

La tragedia moderna es una tragedia de aventura. Es protagonista el que se expone al azar, el que planifica lo espontáneo.

(Este artículo apareció originalmente en la revista literaria Babel Nº 56, Caracas, 2010)

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