Cristina Morales y las voces de Teresa de Jesús en el mercado editorial

Cristina Morales se convirtió en monja de los dominicos, en negra editorial, al igual que Teresa de Jesús en el siglo XVI
Foto Adriana Kong vía El País

No es ajena a polémicas, no es tonta y escribe tan bien como habla. Cristina Morales es, seguramente, la mejor escritora española de su generación.

En esta ocasión me encuentro no delante de ella entrevistándola, sino detrás de la pantalla del ordenador para escucharla conversar con Carlos Zanón sobre la reedición de sus libros Introducción a Teresa de Jesús, –anteriormente titulado Malas Palabras- y Los combatientes ambos publicados por Anagrama.

Espero unos 20 minutos a que empiece el Zoom. Hay algunas caras conocidas entre los que decidieron apuntarse a la presentación y algunos se mueven frente a la cámara del ordenador sin sentirse observados; alguno saca una cerveza, otras posan con un bebé y también está la madre de la escritora entre los invitados virtuales, esa madre “superlectora” que leía por las noches y de la que no sacó el mismo nivel de buena lectura porque ella, afirma, es “mala lectora”.

La Premio Herralde mueve su pelo. De un lado está rapado y del otro lado hay una larga melena negra; puede parecer una cuestión de estilo, sin embargo, el corte de pelo puede resignificar una manifestación de rebeldía contra el binarismo de género.

Así como puede ser rebelde en su estilo, Morales lo es en su escritura. En esta ocasión la rebeldía se posa en Introducción a Teresa de Jesús, esa novela que la editora Silvia Querini le encargó para Lumen y que terminó siendo un campo de batalla entre autora y editora, como bien cuenta Juan Bonilla y la propia Morales en el prólogo y la presentación de este nuevo ejemplar editado por Anagrama.

“Teresa fue un encargo”, comenta Morales, y a partir de allí comienza a hablar de cómo las voces de las personas que no conocimos y que son ajenas a nuestro tiempo son muy difíciles de crear. “Yo intento que Teresa de Jesús no se fume un ducado. No inventarse un habla, que a saber cómo hablaban en el siglo XVI. El cine ha hecho mucho daño en eso y cuando quieren pintar lo antiguo parece que, por ejemplo, Lope de Vega es un pira’o”. Así como apunta la autora también Bonilla lo dice en el prólogo: hacer sonar a Teresa natural era el propósito de la autora, sin embargo, no era traerla al presente como Sofia Coppola lo hace con María Antonieta en su película homónima.

El problema del encargo era que debía escribirlo en primera persona, por eso la importancia de la voz. Sin embargo, como bien apunta la autora, ella veía que era una necesidad de mercado más que editorial. “Yo creo que la autoficción denomina a un género editorial, es un género fomentado mucho editorialmente, como si el tema confesional no hubiese existido antes. Como si Teresa de Jesús no hubiese escrito cartas. En Los combatientes explico eso, es la burla a la autoficción, es el ridículo”.

Cristina Morales - Introducción a Teresa de Jesús

A pesar del encargo y de las contradicciones que pueda suscitar al lector o a Albert Rivera que la autora se queje de su suerte o de sus premios –léase el dinero conseguido de ellos en contraposición con su postura política– la autora logra que la santa hable en su libro, sea coherente, no solo con una monja del siglo XVI sino con los designios y la crítica de la autora hacia la imposición editorial: “Le he pedido a Dios que me diera luz para entender mejor el encargo de escribir que el confesor me hacía. Le he dicho: Dios mío, ¿debo escribir que en mi juventud fui ruin y vanidosa y que por eso ahora Dios me premia? ¿Debo escribir para dar gusto al padre confesor, para dar gusto a los grandes letrados, para dar gusto a la Inquisición o para darme gusto a mí misma? ¿Debo escribir que no abrazo reforma alguna? ¿Debo escribir porque me lo han mandado y he hecho voto de obediencia? Dios mío, ¿debo escribir?”.

La pregunta eterna dentro del feminismo, dentro de los estándares de la libertad: ¿debo obedecer o no? El constructo de la fe en nosotros mismos, en complacer nuestro deseo o satisfacer el del otro, quedar bien con el otro, poner nuestro deseo a merced del otro. Ese eterno conflicto, más aun en las mujeres y más aún en una monja del siglo XVI o de una autora que quiere publicar y que le paguen para sobrevivir.

Cristina Morales confiesa que sintió gozo en la negociación con su editora, en la guerra de “escribir lo que yo quería, que pasara el filtro de la editora y del corrector, eso era un placer para mí”. Para la autora el proceso de negociación fue una nueva hoja en blanco: “Había un proceso de creación, había un placer en ese no, porque ese no, contiene un sí. Mi placer venía en la propia supervivencia. Escribí bajo una presión brutal”.

El proceso de creación y batalla encontró una afinidad entre la monja y la escritora: “A Teresa le pedían confesiones por escrito y descubrir esa historia y verme reflejada en eso me daba una motivación para escribir”.

Después de relatar cómo logró terminar su encargo y responder alguna pregunta supina sobre sus referentes, entre los que destaca su amor por autores como Bolaño o la ecuatoriana María Galindo, Morales cierra su charla afirmando que el peso del libro es únicamente del autor, por eso cree en la sesión de derechos: “Cada vez que un libro lo reseña la crítica se la come el autor, no el editor. Independientemente del nivel de imposición o de consenso entre el autor o el editor, me parece muy mal no pedir el 100% de la autoría”.

Al final de la narración de Teresa de Jesús, en esa nueva edición de Anagrama, se constata cómo la propia Cristina Morales se convirtió en monja de los dominicos, en negra editorial, al igual que la del siglo XVI, por lo que la autora logró la autoficción del encargo y poner a una santa a hablar en primera persona en el siglo XXI, donde no solo es Dios, es la editorial y el mercado quien la persigue: “Qué claro veía detrás del dulce frailecillo a la corte de los dominicos hambrientos de mí, y qué donosamente me entregué a ellos con tal de someterme unos segundos a la inocencia del joven, al deslumbramiento de sus ojos al sostener mi libro, al bisbiseo de sus labios leyendo la primera línea. Con tal de atravesarle el habito con la mirada y descubrir ahí una vez más, como en todas las cosas que me salvan y que me condenan, a Dios, a Dios, a Dios”.

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