Hay un monstruo en el lago (En Debate, 2024) es el primer libro breve que la escritora Laura Fernandez escribe, pero que su brevedad no los confunda, hay un universo en él.
Bajo la premisa de una visita al Loch Ness en Escocia, la escritora nos recuerda la leyenda que muchos hemos escuchado. El monstruo del Lago Ness (Loch Ness) es solo una excusa para hablar de lo que el ser humano sabe hacer mejor: imaginar. ¿Acaso no somos expertos en crear universos posibles? ¿Que la tierra es plana o que nuestro futuro es distópico?
El ser humano imagina y este libro es lo que Fernández hizo en su viaje familiar al Lago Ness. Escudriñó como buena periodista en las cosas que estaban alrededor del lago en Inverness, preguntó acerca del monstruo y cómo durante años se ha ido creando la leyenda que comenzó con esa pareja que llegó a ver a una enorme criatura emergiendo de esas oscuras aguas encausadas.
En 2022, fui a Escocia no solo para degustar whisky single malt, sino para ir al lago más oscuro y profundo de Gran Bretaña. Me paré en la orilla y me gustó esperar que algo apareciera; inclusive empezaba a sentir miedo al pensar en la posibilidad de estar tan cerca de ese monstruo. Mi amiga con la que viajé recorrió en barco el lago tranquilo y oscuro, mientras le contaban la historia apasionante de un supuesto plesiosauro que al parecer -muy importante esta apreciación “supuesto” y “al parecer” que tensiona el misterio- vive en las profundidades y que, de vez en cuando, sale a guiñar el ojo, como los peluches que venden en toda la ruta hacia el lago.
Yo no fui mucho más allá, ni intenté ser cronista, a diferencia de Fernández, quien nos abre la puerta a una posibilidad desde esa tensión narrativa. En su investigación, crónica o artefacto de imaginación, Fernández nos relata que el primer avistamiento documentado del monstruo, según cuentan, fue hecho por san Columba en el año 565, pero el verdadero origen del fenómeno que conocemos hoy día tiene su raíz en una breve nota publicada en el Inverness Courier en 1933. En la curiosa noticia, se relataba cómo el matrimonio McKay, propietarios del Drumnadrochit Hotel, situado a orillas del lago, afirmaban haber visto dos gibas emergiendo de las profundas aguas negras. ¡Imagínense esa emoción y ese terror! En aquel momento, acababa de estrenarse King Kong en los cines. Fue así como un artículo de un periódico local, se convirtió en una noticia de alcance mundial. El mundo estaba preparado para adentrarse en la fantasía.
La autora señala el hecho. Este guiño al periodismo no es casual dentro del ensayo. ¿Qué tantas historias no elucubran los medios? Los periodistas sabemos el alcance de las noticias. Ese cuarto poder no es gratuito y por eso ahora está en decadencia cuando ha tenido que competir con la opinión y narrativa de miles de personas en redes sociales. En Hay un monstruo en el lago, Fernández va revelando la fabrica de noticias y la forma cómo Duke Wetherell se vengó del Daily Mail creando un mito a partir de un fraude.
Una de las historias que traza la autora es que el cazador Duke Wetherell, enviado al lago por el Daily Mail con la misión de capturar la esquiva imagen del monstruo, se encontraba en una encrucijada y, frustrado tras fallar en su objetivo, y humillado por su despido del periódico inglés, Wetherell decidió que no se iría sin dejar su marca en el mundo. Así que movido por un deseo de revancha, tomó un submarino de juguete, fabricó una cabeza y un cuerpo para nuestro querido Nessie, y arrojó su creación al lago. Wetherell tomó la fotografía y logró convencer a un reputado cirujano -ginecólogo- Robert Kenneth Wilson, para que afirmara que la foto era de su autoría. A la venganza de Wetherell se sumaría la narrativa y la fe de Alex Campbell, encargado de las Aguas de Fort Augustus y corresponsal del Inverness Courier, quien junto a 82 personas más, afirmaban ver al monstruo. Seguro fue con Campbell que nació el fenómeno fan, en esas 82 personas creyentes. En esos Nessie hunters como dice Fernández.
En el primer capítulo la autora constata que la fábrica de noticias solo necesita lo mismo que una novela de Agatha Christie: un lugar cerrado -el lago-, un listado de sospechosos –Nessie hunters– y “un respetado profesional tras el objetivo”.
A día de hoy se habla de 17.000 avistamientos, escribe Fernández. Esta expansión de vistas ha sido facilitada por la llegada del llamado narrador múltiple que visita el lago. El conductor que nos condujo a Laura Fernandez o a mí por Inverness, no son la misma persona, pero cada uno le ha dado su toque especial a la historia, cada uno narra y le pone un ingrediente nuevo al monstruo del lago Ness, haciendo que se pierda «el control de la trama” y esta ha comenzado a diluirse en el “ensordecedor ruido de fondo protoinformativo contemporáneo”.
No es extraño que la historia que comenzó a generarse hace casi 100 años, crease, en los años 80 del pasado siglo, otra rama en la historia, para que nos entendamos, un multiverso paralelo comentado en la actualidad tanto por la física como por Marvel Comics. Esa rama fue la que creó Margaret Thatcher en 1979 luego de ganar las elecciones y dictaminar, entre sus primeras medidas, hacer llegar al Loch Ness dos delfines norteamericanos entrenados para que encontraran a Nessie. Obviamente no hay rastro de que esta búsqueda fuese fructífera, pero lo que sí narra Fernandez en su crónica-artefacto, es la relación epistolar entre las diferentes instituciones protectoras del medio ambiente inglesas y suecas, pues también en Suecia existe la creencia de que un monstruo habita el lago Storsjo.
La fascinación de este libro es que congela la leyenda -como la foto de Wetherell- y nos hacer reflexionar sobre el poder de la imaginación y de la palabra escrita, impresa y difundida, pero también contada de generación en generación. Hay un monstruo en el lago nos adentra en el papel del periodismo y en la literalidad de hoy, pero también en el poder de la imaginación, del contar historias, de crear mundos o monstruos posibles, de un Nessie que perviva y ser, a su vez, como escribe Fernández, “un elemento de resistencia ante la soberbia del ridículo sabelotodismo contemporáneo”.