La carne, la vejez y las mujeres en la historia

No es la primera vez que escucho a una mujer sentirse insultada cuando le preguntan su edad. También está el caso de las mujeres que, cuando llegan a cierto número, deciden dejar de decirlo o sencillamente mentir sobre cuántos años tienen.

Hace algún tiempo mi madre me comentó que una real tragedia de la vida es que el cuerpo va envejeciendo a medida que, paradójicamente, te haces más sabio a nivel emocional. Los daños al cuerpo son inversamente proporcionales a la experiencia vivencial. A partir de esta reflexión materna yo me preguntaba, cual meme de velociraptor: si en la antigua Grecia se creía que la sabiduría venía con la edad, ¿por qué en el mundo actual una mujer pierde atractivo físico y mental al hacerse mayor?

¿Ya envejecimos y no nos hemos dado cuenta?

La sociedad comenzó casando a las mujeres con hombres que podían doblarles la edad y, mientras más envejecía una mujer en la familia sin contraer matrimonio, esta era vista como una carga económica para sus padres. No es extraño de imaginar, de igual forma, cualquier novela de Jane Austen puede recrearnos este contexto.

Por su parte durante todo el siglo XX y principios del XXI los medios han premiado la juventud por encima de la vejez. “Son los hombres de cierta edad los que salen en la televisión hablando sobre política, no féminas de pelo canoso. En la sociedad moderna ignoramos a las mujeres adultas”, afirmó en una entrevista para S Moda, la premio Princesa de Asturias, Mary Beard.

Los modelos a seguir que se han visibilizado nada tienen que ver con la sabiduría, la mujer madura de cincuenta años que tiene un cuerpo perfecto, se cosifica al punto de ser una milf o una cougar, un simple objeto sexual, un fetiche. Sin embargo, una mujer profesional con un cuerpo real de cincuenta años es vista como vieja y hasta puede ser percibida como de lenta acción dentro de su entorno laboral. La psicóloga Lynee Segal tras su paso por las conferencias en el marco de Kosmopolis en Barcelona afirmó: “cómo no se va a tener miedo de envejecer si la mayoría de las plantillas de trabajadores en las empresas son menores de 35 años”.

Portada de la novela “La Carne” de Rosa Montero

En el libro La Carne de Rosa Montero (Alfaguara, 2016), la protagonista de la novela se cuestiona sobre su capacidad de seducir a un hombre y de producir el comisariado de una gran exposición, ya que a sus 60 años, todo está preestablecido como más complicado si eres mujer. Montero afirma con su personaje ese mundo complicado: desde el intento por dejar enamorado a un hombre treinta años menor, como pretender que no te sientes incomoda al explicar por qué nunca tuviste hijos cuando podías, hasta evitar no ser doblegada por mujeres de 30 que intentan quitarte el empleo por ser más impetuosas o más guapas o sencillamente, más jóvenes que tú.

La mujer ha cambiado más deprisa que la sociedad

Lynne Segal expone los diferentes cambios de la mujer en el envejecimiento: desde la demonizada vieja hasta la mujer actual que no sabe cómo revisar su sexualidad a través de otras formas que impliquen mayor el erotismo que el simple coito. Segal ejemplifica: los famosos cuadros de Goya representan a la mujer vieja como un demonio, un ser espeluznante. También la iconografía tradicional para los ancianos es sencillamente una figura encorvada con un bastón.

A pesar de los prejuicios, en la actualidad el mercado se ha dado cuenta que necesita a las mujeres por encima de los 40. Al parecer, el target televisivo femenino que consume necesita verse en el espejo, por lo que han sumado años a las mujeres en los medios para que las empresas puedan vender más cremas, jeans o rejuvenecimientos vaginales, todo bajo el lema “por qué tu lo vales”. Ese lema solo nos vende una cosa: reinvéntate constantemente, ten 50 o 60 pero aparenta la energía de una de 20. ¿Y si no quiero? ¿Y tengo 50 y quedarme tranquila sin reinventarme? Y con canas, esas que reflejan práctica.

Linda maestra! (1799) Francisco de Goya

Más allá del mercado, están las mujeres reales, muchas de ellas podrán ser milfs o cougars y podrán comprarse o no cremas de oro para refrescar y, sobre todo para rejuvenecer su piel. Más allá de que el rating no suba, están las mujeres reales de más de 55 años que cuidan nietos o hijos propios -quizás adolescentes-, van a trabajar y dirigen empresas o proyectos junto a su inteligencia y sus canas, que se quejan de las arrugas al mismo tiempo que salen por unas copas con las amigas. También algunas leen en el tren y dan consejos a sus nietas adolescente para finalmente llegar a casa y preparar la comida de su marido y quizás también la comida de su madre, y pasadas unas horas por fin podrán descansar y acostarse a dormir. Y yo me sigo preguntando, ¿dónde está lo terrible en todo esto?¿cómo esta tipología no la vemos en los medios? ¿por qué ocultamos algo tan real y con tanto mérito?

Más allá de seguir enumerando ejemplos debería decirles que estoy harta de invisibilizar. La vejez femenina es invisible para los medios y para la sociedad. No hay mujeres de 60 o de 70 años siendo protagonistas de películas taquilleras, a menos de que se ponga de moda: Netflix estrenó Grace and Frankie, por ejemplo pero necesitamos más. Como explica Lynne Segal, debemos unirnos y resistirnos a la demonización de la vejez.

Las mujeres son apartadas y encerradas con candado en su casa con sus arrugas, llevadas a la soledad a menos que las cremas y las revistas de moda quieran lo contrario y, ojo, no están mal las cremas y las revistas, está mal etiquetar de bueno o malo. La vida no es solo nuestro cuerpo bello y sano, se extiende hasta nuestra muerte, donde la carne no da más. Hacer frente, ver y aprender de la experiencia es lo que necesitamos, porque al final, nuestro turno es el siguiente.

 

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