Siempre he pensado que, aunque no se trate de un acto consciente, en los diarios íntimos escribimos para otros y no para nosotros mismos. Sin embargo invertimos grandes esfuerzos en proteger esas anotaciones llenas de garabatos tristes y ansiosos de la mirada ajena, y los apilamos en rincones invisibles confiando en su carácter silencioso; en su fiel complicidad. De todas maneras, ese candadito plástico e imaginario que le ponemos a nuestros diarios está lejos de ser inviolable. A mi me pasó y me sigue pasando. Y sigo escribiendo para que algún día alguien encuentre en mi desdicha alguna especie de confort.
por Marian Cerrada
Susan Sontag, además de célebre ensayista, novelista y premio de la paz de los libreros alemanes, era una diarista empedernida y cuidó muy bien de cada uno de sus diarios hasta que la muerte vino por ella y fue su propio hijo quien decidió desnudarla en tres fascinantes volúmenes que muestran el proceso de formación de una de las teóricas más importantes de su época. Aunque antes de morir en 2004 Sontag tomara la decisión de ceder gran parte de sus libros y registros de investigación a la Universidad de California, no contempló nunca la opción de que sus diarios salieran a la luz; incluso una de las ideas que tuvo su hijo después de su muerte fue quemar esos cuadernos, como si así hubiera podido borrar la huella de una vida llena de preguntas sin respuesta y los giros y frustraciones de la historia homosexual que le fue tan difícil ocultar.
Reborn: Journals and Notebooks o Renacida: Diarios Tempranos, llegó a mis manos como un regalo de cumpleaños de mi ex pareja, quien no sólo estaba al tanto de mi crush ideológico e intelectual con Sontag sino que también fue testigo de mi hábito obsesivo por rellenar cuadernos. Se trataba de la edición en español del primer volumen de los diarios (escritos de 1947 a 1964), editado por David Rieff quien fuera el hijo que Sontag tuvo durante su fallido matrimonio con el académico de la universidad de Berkeley Phillip Rieff, y a quien tomó como esposo a los 17 años.
Reborn posee un prólogo doloroso, escrito por el mismo Rieff hijo, da la primera señal de que zambullirse en la intimidad de esta mujer no será tarea fácil. Al mismo tiempo, pausa la emotividad de la anécdota y deja claro que: “Afirmar que estos diarios son reveladores es un drástico eufemismo.” Desde una visión muy personal, es evidente que su intención es mostrar a la mujer real detrás del mito de la escritora estadounidense. Caveat lector, nos dice.
«23/11/47
Creo:
a) Que Dios no existe
b) Que lo más deseable en el mundo es la honradez
c) Que la única diferencia entre los seres humanos es la inteligencia
(…)»
La primera entrada de este diario no se diferencia mucho de las siguientes: una Sontag adolescente y ansiosa, muerta de ganas por absorber cuanto conocimiento fuera posible, analiza, critica, teoriza y plasma con rigurosidad listas larguísimas de libros por leer, autores por conocer y películas por ver. Con apenas catorce años, se dedica enteramente a hablar de su fascinación por el funcionamiento de las cosas, por el mundo de las ideas y por los cambios que comenzarían a gestarse en su vida:
“… Y qué es ser joven en años y de repente ser despertada a la angustia, al apremio de la vida? Es ser alcanzada un día por las reverberaciones de los que no nos siguen, salir a trompicones de la selva y caer en un abismo: Es entonces estar ciega a los defectos de los rebeldes, añorar con pena, cabalmente, todos los opuestos de la existencia infantil.”
A la hora de hablar de sus emociones o del cotidiano, se vuelve dura consigo misma y se juzga por interrumpir con banalidades el registro de su formación intelectual. Uno de los primeros destellos de emoción aceptados, salta cuando va acercándose el momento de irse a la universidad; otros bastante importantes comienzan a aparecer, sobre todo cuando emerge la figura de H (conocida en años posteriores como Harriet), hacia quien se sentía atraída física y sentimentalmente. H reaparece algunos años después en medio de la tormentosa separación de Sontag con Phillip Rieff, abriendo así el capítulo de una relación homosexual intensa y destructiva.
Avanzando sobre las fechas, ya separada de Phillip, después de profundos análisis sobre el matrimonio como institución y su preocupación por estar descuidando la crianza de su hijo, Susan Sontag no deja de analizar y hacerse preguntas sobre casi todo. Dos relaciones homosexuales cruzan su vida y generan situaciones caóticas, llevándola a cuestionarse sobre su inconformidad consigo, con el sexo y con el amor que siente no haber recibido. Es a esta altura de Reborn donde Sontag se muestra fuera de su piel y su cabeza, buscándose con desesperación en todos los rincones y planteándose cuestiones como: “No soy yo misma cuando estoy con gente, ¿pero soy yo misma cuando estoy sola?”.
Después de devorar Reborn en menos de una semana, comprendí de golpe que para Sontag escribir era tan importante como respirar y tan cotidiano como lavarse los dientes, aunque esa escritura tuviera siempre una intención exageradamente elaborada. No logro encontrar hasta el momento una división entre la Susan Sontag de Contra la Interpretación (1969) o Sobre la Fotografía (1977) y la de Reborn. Es evidente que incluso en su propio diario íntimo, además de ella tenía acceso, le era difícil relajarse; sentir que la vida podía ir más allá de acaparar toda forma de arte posible. Finalmente, Reborn confirma a sus lectores que esto era la SS de verdad: la loca, la obsesiva, después la estilista y finalmente la crítica. Lo hizo ella desde el primer momento. Y nos ganó a todos.
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