El día que follé con Don Draper o cómo me convertí en Dra. Frankestein

Hubo una época que cuando me estaba follando a alguien, el gran Kant aparecía en mi cerebro iluminando mi poder de percepción para encontrar semejanzas entre mi amante de turno y un famoso de Hollywood.

Esta introducción no era para recrearles alguna fantasía, quizás si tuve un trastorno mental o no, porque normalmente tanto mujeres como hombres sufrimos de algunas neurosis y ansiedades; así que este artículo no va de eso, sino más bien, de cómo algunas veces a mi o a ti nos gusta acariciar una ilusión hollywoodense.

El #superwin del primer famoso

Mi primera “ilusiión” de famoso, fue un chico alto, musculoso, bastante hiperactivo y bebedor de ron como nadie, algo cabroncito por no decir más; que se parecía bastante a… Christian Bale. Posiblemente en mis ataques de deseo en solitario era más fácil pensar en Bale que en el propio folleamigo, especialmente porque a mi me encantaba que Bale en su personaje de American Psycho se viera en el espejo tan ególatra y pedante como mi amante furtivo de ese período.

Años después bajé de categoría: de Hollywood a la TV, de la élite al populacho. Empecé a salir con alguien que se parecía mucho a Ron Livingston, un actor que interpretaba al novio de Carrie Bradshaw en Sex and The City y que a mí, años después de terminar con el chico en cuestión, se me terminó pareciendo más psicológicamente al personaje que lo que se parecía físicamente. Mucho drama, poco sexo.

Tiempo pasó antes de encontrar una estrella de Hollywood, supongo que salía con bastantes estrellas fugaces de mi país con lo cual ya bastaba para llenar el vacío de fama ilusoria, hasta que un día llegó un avasallante Johnny Deep a mi vida.  Así como en Cry Baby era el Johnny Deep de mi vida: algo malote -quisiera él-, inteligente, y sobretodo, muy buenorro, punto a favor si lo desnudabas lentamente y el interpretaba la galantería de Don Juan DeMarco con tu cuerpo.

Aunque Johnny no desapareció del todo, ya no estábamos tan unidos, así que años después y en otro país, conocí a una especie de Jason Schwartzman. Si no les suena, Schwartzman es el primo de Sophia Coppola y actor de casi todas las películas de Wes Anderson. Este pequeño guapetón siempre interpreta a tipos bien particulares que normalmente están deprimidos en su condición de machos alfas, lo que se ajustaba perfectamente a mi pareja de lecho. Era idéntico, tan idéntico, que si mal no recuerdo, fue el folleamigo más corto que he tenido, gracias a su falta de eros e imperturbable depresión.

Empieza la caída libre

Luego de semejante desilusión de follabilidad conocí a Don Draper. Sí, aunque ustedes no lo crean Jon Hamm tiene muchos clones físicos con los que uno se emociona instantáneamente o se enamora a primera susurrada, porque una barba hace lo suyo y unos ojitos claros que te dicen “ven” son el gancho perfecto. Sin embargo, la mecha que Jon Hamm tiene creando a Don Draper, es solo de él, porque estos clones van faltos de energía y de seguridad en escena, les falta genialidad y testosterona, tanto así que te aburren y los terminas dejando a los cuatro meses de estar compartiendo cama porque “what you call love was invented by guys like -Don-, to sell nylons”.

Y fue así como un día, inocentemente, por el chat de Facebook, apareció Woody Allen de entre mis amigos. Nunca me lo habría imaginado pero así fue, la neurosis personificada llegó a mi vida con una propuesta indecente y como a mí me encantaba una neurosis me vi reflejada en esa indecencia al instante. Había días en los que ese judío americano se transformaba y se me parecía a Jarvis Cocker interpretando This is hardcore, y otros en los que volvía a ser un cineasta miope gozón sin mucha gracia en la cama. No me quejaba de este camaleón, pero debí dejar la vejez de ambos personajes no por ellos, sino por mí, ya que estaba un poco desorientada entre tanta droga fantasiosa.

Después de esos años creí que debía retirarme y dejar de buscar fantasías hollywoodenses, fue así que empecé a salir con tipos bellos, buenos e inteligentes, con buenas conversaciones y planes resultones.

En esos momentos me encontré cómoda entre ellos, segura y nada erótica, hasta que debí enfrentar nuevamente la llegada de esos pensamientos expectantes y lujuriosos. Mis pensamientos hollywoodenses fueron hacia cierto pelirrojo irlandés muy bien dotado, cuyo nombre no diré, porque tan fuertes fueron esos pensamientos que cree una onda expansiva sobre otras mujeres, haciéndolas tener los mismos pensamientos que yo.  Y como eso de compartir, nunca ha sido lo mío, luego de años de lujuria entre famosos, rompí el patrón.

Es hoy en día  me doy cuenta que la esperanza por recrear un Frankenstein amatorio no tenía mucho sentido entonces: perdía más tiempo en transformar sus caras y llevarlas a mis expectativas que dejaba de disfrutar la totalidad del momento. Esperar que estos hombres anónimos al público en general fuesen algo reluciente y perfecto era pedirles demasiado. Hice las paces con mi Peter Pan sexual y dejé de esperar en los otros las soluciones a lo que mis expectativas y situaciones inconclusas habían creado en mi cabeza. Es ahora el anónimo el que llena mis pensamientos de libido.

 

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