Curiosidades sobre el corazón: explorando el músculo enamorado

En ‘Un corazón: Historia, ciencia y mucho amor’, la ilustradora Noemí Fabra dibuja 6 capítulos cortos para descubrir ese músculo que nos late
Foto de jesse orrico en Unsplash

A un día de San Valentín es imposible no pensar en corazones rojos, amor y otras cosas que llenan el espíritu, las expectativas o, en algunos casos, la cursilería. Sin embargo, el corazón es algo más que un emoticón en tu teléfono, uno de los naipes de la baraja o la forma que hace un barista en la leche del café que pediste esta mañana.

Antes del siglo V a.C., Aristóteles identificó al corazón como el órgano más importante del cuerpo, el primero en formarse en los embriones tanto de seres humanos como en otros animales. Según el filósofo griego, era el asiento de la inteligencia, el movimiento y la sensación. A partir de estas palabras, construyó la imagen de un órgano con tres cámaras. Sin embargo, el músculo que late en nuestro interior dista mucho del corazón con forma geométrica que conocemos hoy en día.

¿Cuál es la razón de la disparidad entre este símbolo y su referente original?

En el álbum ilustrado Un corazón: Historia, ciencia y mucho amor (Zahorí, 2024), la ilustradora Noemí Fabra dibuja, en seis capítulos cortos, datos que nos ayudan a responder la pregunta anterior.

Podría ser la hoja de la hiedra u otra mejor conocida como Silfio, una planta de gran valor medicinal y gastronómico, actualmente extinta, y que alguna vez creció cerca de una colonia griega llamada Cirene, en la actual Libia. En la Antigüedad clásica esta planta se usaba como aromatizante culinario, así como medicina para la tos o, sorprendentemente cmo un anticonceptivo natural, una forma adelantada de control de la natalidad. La semilla del Silfio tenía un relieve con forma de corazón y sus propiedades eran tan importantes que las primeras alegorías a esta forma datan del año 1344 en las monedas de Cirene, las cuales poseían el mismo delineado que las semillas de la planta.

Su conexión con el amor viene de la misma hiedra, debido a que las parejas en la antigua Grecia eran coronadas con guirnaldas de esta planta trepadora que parece que abraza lo que está a su alrededor. A su vez, para los etruscos era símbolo de eternidad, por lo tanto, confería un simbolismo de fidelidad y amistad. Por otra parte, en la cultura sufí, el amor espiritual está grabado en el corazón y, en la cultura europea, a partir del siglo XI hasta el siglo XV, la idea del amor cortés se refleja en textos, canciones y símbolos que se disocian del órgano anatómico.

A pesar del símbolo, no podemos olvidarnos de su referencia en el mundo real y humano ya que, a partir del 16º día de la concepción de un bebé, el corazón se empieza a formar y, al día 35, ya tiene la forma de un corazón adulto, pero en pequeña escala. Un músculo adulto puede tener el tamaño similar al de un puño y el peso de un pomelo y, a diferencia de los otros músculos del cuerpo, el corazón no necesita estimulación del cerebro para su funcionamiento, ya que tiene un sistema propio que conduce electricidad y controla el compás de los latidos. “Está construido por un grupo de células que generan y propagan impulso nervioso”, afirma Fabra en el libro, junto a una ilustración de una bombilla con un corazón dentro de ella.

Corazones rotos y sentimientos miles

La primera enfermedad del corazón, afirma Fabra en sus ilustraciones, data del año 1500 a.C., y la padeció una princesa egipcia; sin embargo, no fue hasta 1893 que se hizo la primera operación de corazón abierto bajo el bisturí del doctor africano estadounidense Daniel Hale Williams y, no es hasta casi un siglo más tarde, en Ciudad del Cabo, que se efectúa el primer trasplante a un corazón en problemas.

Los corazones rotos, literales y metafóricos, no solo crearon descubrimientos tan importantes como el estetoscopio en el siglo XVII o las curas de enfermedades, también se crearon canciones de despecho, literatura romántica o rarezas que se le adjudican al símbolo que se encuentra asociado a nuestro músculo delator.

Por ejemplo, en Un corazón: Historia, ciencia y mucho amor se comenta que, durante el Romanticismo, el compositor y pianista polaco Frédéric Chopin le pidió a su hermana que le extirpara su corazón al morir, por miedo a ser enterrado vivo. Toda esta emocionalidad vinculada al órgano se gestó durante la Ilustración y el Neoclasicismo con la idea de que el mundo y nuestra experiencia vital no son solo racionales. Ahí comienza la idea de “artista”, algo que no era nuevo en el mundo, ya que en la cultura judeocristiana, hindú, china o azteca, el corazón era el centro del cuerpo para la espiritualidad, el temperamento, el equilibrio, el amor incondicional o el alma.

Fabra nos enumera los grandes desamores, esos que han pasado a la historia por haber generado en las personas que se relacionaban una proyección del sentimiento doloroso en su obra. El amor imposible de Dante Alighieri hacia Beatrice Portinari creó el poema más largo conocido hasta hoy: La Divina Comedia.

El corazón roto se puede arreglar con una operación o mejorarse con tratamientos con el paso del tiempo, el corazón siempre repara, nunca nos deja solos ni en silencio, como diría John Cage, porque siempre los latidos y la respiración que lo nutren nos acompañan.

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