De Coco Chanel al jean: libertad femenina en una sola prenda

De Coco Chanel al jean: la libertad femenina en una sola prenda

En esta larga vida ellas danzan hasta el último punto. Son mujeres y se embriagan por serlo. Las hay con jeans, rebeldes e irreverentes; mujeres con shorts,  imparables y resistentes, las hay con capri y las hay con cargo, prácticas, espontáneas y auténticas; algunas llevan bombachas y son de espíritu libre; otras de traje y pliegue, sobrias y con temple; mujeres de hoy, vivaces, audaces y empoderadas, todas emperatrices de una revolución que no solo llevan en las venas sino también en su pantalón.

El pantalón ha sido un gran compañero durante toda mi travesía como mujer. Crecí dentro de un largo linaje de mujeres con  “los pantalones bien puestos”, como diría mi abuela. Ella fue “gran pantalón de pliegue clásico” de la familia, quien sostuvo nuestra crianza con bastante rigor formándonos como personas independientes y seguras. “Las González”, así nos llamaban los vecinos, una dinastía de féminas con bastante tesón, todas pantalón de pliegue a excepción de mi, quien desde pañales decidió ser un jean.

Ser el jean de mi familia fue una tarea ardua. Tuve que aprender a tejer mis propias convicciones sin saber siquiera el significado de la palabra. Con una especie de coraje o terquedad, siempre encontré la satisfacción en romper las reglas. Líder en mis propias creencias, me impregnaba de victoria y picardía cada vez que quemaba algún vestido que odiaba en mi propio culto a la libertad, me restregaba en tierra jugando fútbol y béisbol con los niños, jugaba el popularmente llamado por algunas madres “pleisteichon” o hacia competencias de pulso con mis primos. Cuando ellos llegaban a casa era magnífica la atmósfera de aventura que se apoderaba de nuestras hazañas. Yo me convertía un jean innato que izaba la bandera de las travesuras. Esa imagen la entendería tiempo después como nuestra propia consigna de igualdad.

De pequeña recuerdo haberme llamado “Aynotu”, y es que siempre escuchaba a mi abuela desde la sala, mientras correteaba libre con mis pantaloncillos de pliegue…¡Ay no tú bájate de ahí!… desde el patio de la casa…¡Ay no tú, siéntate derecha!…en las fiestas de cumpleaños…¡Ay no tú deja de ensuciar el vestido! En ocasiones eran mis tías que bien sincronizadas en una hermosa melodía gritaban…¡Ay no tú, siéntate con las piernas juntas! Desde entonces ir en contra de la corriente siempre se me hizo natural aunque quisieran confeccionarme de pliegue, el denim era mi naturaleza.

De adolescente seguí siendo denim. Fui jean cuando jugaba fútbol con chicos, fui jean las veces que me vestí como me dio la gana y no como las “señoritas” deberían, fui jean las veces que me subí a una bicicleta a repartir comida sin importar si era un oficio adecuado para una mujer, fui jean cada vez que alcé la voz ante la  injusticia de ser tratada como el sexo débil. Fui jean cuando aprendí a amar libremente y abrazar mi bisexualidad, fui jean cuando emigré hacia Argentina con 200$ en el bolsillo, fui jean cuando aprendí a manejar motocicleta solita, fui jean cuando tuve que aprender de mecánica y fui jean desde el momento exacto en qué reconocí que ser mujer no es una condición especial, que no me hace menos capaz de algo ni “solo apta para”, porque en el fondo, lo que más limita nuestra creatividad y el despliegue de la mejor versión de nosotras mismas está en las limitaciones que, tanto hombres como mujeres, nos hemos impuesto y en la que también nos hemos sumido por no querer llevar nuestros pantalones con el mismo derecho que a cada sexo le corresponde.

El pantalón en la historia de esta “lucha de géneros” (y se hace necesario usar las comillas) es un ícono de igualdad, seguridad y libertad tanto para hombres como mujeres, pero es en la historia de la emancipación femenina en donde especialmente ha marcado un hito. Importantes figuras del entretenimiento y la política como Marlene Dietrich, Audrey Hepburn y Pat Nixon, asumieron un papel importante en la democratización de esta prenda al “llevar los pantalones” en el asunto, como diría el refrán.

Gabrielle Chanel y su amigo el bailarín, Serge Lifar, 1937
Gabrielle Chanel y su amigo el bailarín, Serge Lifar, 1937

El uso del pantalón por la mujer viene como consecuencia de la II Guerra Mundial. Al verse en la necesidad de reemplazar a los hombres en el campo laboral, las mujeres comenzaron usar prendas masculinas, pero fue el icónico pantalón wide leg de la moda femenina el que marcó tendencia. Coco Chanel fue quien comenzó a usarlos con una versión más estilizada al cuerpo, idea que tiempo después se llevaría a la haute couture junto con el corte de cabello a lo garçon bajo su sello personal.

La inclusión del pantalón en la moda femenina de alta costura fue el paso más contundente hacia una proclama de equidad entre hombre y mujeres; usarlo era un grito de rebeldía, un “soy igual que tú” no verbalizado, una liberación del yugo de las faldas y corsés que hasta ese entonces habían aprisionado durante un largo periodo el espíritu y el cuerpo femenino. 

Bajo el mismo lema de practicidad y comodidad, por otro lado, surgía el jean, una idea patentada por Levis Strauss & Co, empresa que para 1935 anunciaría en un artículo para la revista Vogue los primeros vaqueros femeninos. Los blue jeans representaron al movimiento hippie en la resistencia ante conflictos bélicos y fueron protagonistas durante la famosa caída del muro de Berlín. El jean, más que una prenda de vestir, fue un movimiento cultural que logró la unión de  hombres y mujeres bajo una misma consigna: la igualdad.

Pasemos de Coco Chanel al jean, sin tapujos, deshilachemos esta lucha eterna entre géneros que pertenece a los anales de la historia, dejémosla ahí y saquémosla de nuestro armario.

Para aquellas mujeres que no les gustan las etiquetas pero que llevan los pantalones, esas son las mujeres por las que alzó la copa para este brindis. Brindo por aquellas mujeres que alzan la mano cuando intentan callarlas, aquellas que usan esmoquin y les da igual el mundo, brindo por las que disfrutan su sexualidad plenamente y sin prejuicios, por aquellas que no les da miedo ser llamadas “locas” o “p#&@”, brindo por las que están y las que se fueron, por las que son madre y las que no, brindo por las que llevan su tradición en alto, a pesar de ser discriminadas por muchos, brindo por las agnósticas y las católicas, brindo por las mestizas, las afroamericanas, las europea y las latinas, ¡Brindo por todas! Y como diría Clara Campoamor, “la libertad se aprende ejerciéndola”.

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