La conversación entre Martín Caparrós y Jon Lee Anderson durante Kosmopolis transcurre con un tono diferenciador de estilos narrativos. Como testigos y exploradores de la condición humana en situaciones extremas, producto de la violencia del hombre sobre el hombre, trazan una reflexión sobre la realidad actual y la forma en que el periodista puede cubrirla. Indudablemente, las nuevas tecnologías son las protagonistas del siglo XXI. Como paradoja de la sociedad de la información, la comunicación inmediata no permite pensar, sólo estar pendiente de la actualización de los contenidos. Esta información, descrita por Anderson como “Holística”, puede ofrecer una visión apocalíptica del mundo. Cualquier acontecimiento a través de un Smartphone se comunica a los habitantes de todo el planeta. Es lo que permite que un chico de cualquier barriada pobre de África, Asia o América Latina, pueda conocer en tiempo real qué ocurre en otro lugar del mundo y quizás lo más resaltante, hacer inventario de sus carencias para indignarse más.
Anderson, anglosajón piel roja con acento caribeño, deja claro que sus desplazamientos están movidos por el registro de las guerras. Llama la atención sobre las guerras encubiertas, aquellas que nacen de la violencia política, de la mentira absoluta de los regímenes autoritarios. La nefasta violencia de un Estado que engaña.
Luego nos adentra en las nuevas violencias que surgen en la formación de las barriadas urbanas. La violencia explícita, que puede verse como ejemplo en las favelas de Brasil. Donde no se muere de hambre, se vive miserablemente con comodidades. Como producto de ese ideal consumista, las sociedades sin ambiciones, en su condición inevitable de pobreza, se convierten en unas sociedades sociópatas. La sociedad del hampa que ejerce la violencia explícita, la que se sufre de mano de los vecinos, de los cercanos. Y la violencia latente que muchos Estados ejercen sobre sus ciudadanos.
Destaca también, la violencia de los liberadores del pueblo. Esa tendencia unánime de los guerrilleros de crear un panteón que hacen sacralizar la violencia a través del derramamiento de sangre y del convertirse en mártires. Todos estos movimientos político militares, tienen a la muerte como protagonista.
Con un tono sureño reflexivo y mordaz Caparrós cuenta su intento fallido de cronista de guerra. Sus fuentes, eran los comunicados también oficiales de un ministerio de defensa. Su oficio de cronista le ha permitido transitar entre viajes e hiperviajes las realidades contrastantes que igualan a todos los habitantes del planeta en sus miserias. El balance es que existe una importante proporción de la humanidad, que es desechable. Millones de personas sin trabajo, que no pertenecen a ningún sistema de seguridad, que no producen, que sólo consumen o se acostumbran a los márgenes de la pobreza. Y la otra proporción, la mayoritaria que hace lo que puede para no sentirse mal. Porque si realmente hace algo, si ayuda, no es por el bien de los otros, es para no sentirse mal consigo misma.
A lo largo de la conversación se hace un guiño al oficio de biógrafo, para ello la ruta del cronista sufre modificaciones, porque la vida de alguien no está en ninguna parte. Anderson nos habla de los cinco años dedicados a la biografía del Che, en los que hubo de detener otros proyectos, evitar así las distracciones. Nos dice que – la vida de alguien no debe resolverse del todo, los esfuerzos deben dedicarse por completo a algo que deba ser contado de la vida del biografiado-. No lo que piensan de él, no lo que el biógrafo considera, sino la vivencia, el punto de vista, ese adentrarse en la otredad y narrarla aunque no se comparta, y para ello debe invertirse el tiempo, en la apropiación de la otredad.
Forzados por la curiosidad del auditorio, concluyen la conversación con una paradoja: la posibilidad de una hecatombe a corto plazo, con la tranquilidad que al final, como dijo Anderson, «todas las matazones se terminan”.
Para profundizar en estos temas: Che Guevara. Una vida revolucionaria. El dictador, los demonios y otras crónicas. Anagrama. Jon Lee Anderson o El Hambre. Contra el cambio. Una Luna. Anagrama Martín Caparrós
Mientras escribo esta nota y en mis lecturas previas al festival Kosmopolis, leo un ejemplar de Editorial Planeta, una edición más popular, basta, enorme, comparada con la edición de Anagrama, más estilizada. Me hace pensar que las ediciones dependen del público al que se dirigen, el costo al final es igual de alto para todos. Pero se establecen las diferencias.