Mis libros 2018: otra lista más con muchas mujeres y unos cuantos hombres buenos

Imagen: Patrick Tomasso

En el último mes de 2018 solo he visto listas, listas de los mejores libros, las mejores series, lo que se viene en 2019. Nadie ha podido leer todo lo publicado en el mundo editorial a menos de que sea Dios, así que yo les dejo en esta lista lo que más me ha gustado como lectora, lo que me ha conmovido, impactado o lo que simplemente creo que necesita leerse más, especialmente los libros escritos por mujeres que visibilizan algún tema que estaba erróneamente narrado. Nuestras vidas son ficciones, por qué no agregar unas cuantas más. Aquí vamos.

En enero de 2018 me leí un libro que sabría que sería el libro del año. Ordesa (Alfaguara) de Manuel Vilas, es un libro fragmentario, de capítulos de una página o de máximo 10, una narración que habla del duelo, de la muerte de los padres, de lo que has sido y has querido ser pero has terminado siendo. De causas y consecuencias. Es un libro auténtico, de conexión emocional, y es por esto porque la literatura no siempre debe ser un juego sesudo para el lector sino mucho más, un intercambio de sensaciones, un síndrome de Stendhal con la lectura. Vilas me hizo encontrarme con muchos miedos, el del duelo y el de la muerte, ese que es seguro pero al que no sabemos enfrentarnos.

Creo que leí a pocos latinoamericanos este año porque no crucé el charco pero Samantha Schweblin fue una gran representante y sus Kentukis (Literatura Random House) me hicieron reencontrarme con una narración que integra la tecnología, esa que lleva invadiéndonos desde hace mucho tiempo el cuerpo y la emoción. Los furbis tamagotchi de Schweblin no son ciencia ficción, es actualidad. La novela usa a estos peluches para recrear el mal pero no son el mal. La tecnología no es ese gigante terrible, maléfico, generador de odio; alguien puso a esos furbis a andar. Nosotros, los humanos; hoy y siempre con cada innovación tecnológica.

En verano leí Hombres (Errata naturae y Periférica) de Angelika Schrobsdorff, un libro de muchas páginas y muchos hombres en pleno ascenso del nazismo. Un libro que me recuerda a The Marvelous Mrs. Maisel pero con menos edulcorante. El primer libro de Angelika Schrobsdorff relata a una femme fatale culta que se enamora de muchos hombres con uniforme entre sus 13 años y la treintena, sustrayendo de sus anécdotas con la masculinidad un cúmulo de hechos que ahora están en la palestra pública como el deseo femenino, la violación o el aborto. Schrobsdorff revive en esta novela sus peripecias eróticas y psicológicas mientras el mundo cambiaba a mitad del siglo XX. Vale acotar que esta edición de Errata naturae y Periférica es la primera que se hace sin censura. El libro original fue censurado en 200 páginas en la Alemania de 1961.

No censuré pero me apropié de las obsesiones de otros, que al final terminan siendo propias. Con Lugares fuera de sitio (Espasa) Sergio del Molino me recordó que los bordes de España son tan ricos como el resto del territorio pero que nunca estamos ahí para disfrutarlos sino para machacarlos y etiquetarlos peyorativamente, una gran lástima, porque no es convivencia, esa que tanto añoramos sino que es prejuicio. A su vez Álvaro Enrigue con Ahora me rindo y eso es todo (Anagrama) me invitó a resistir como etnia y a entender que los procesos migratorios han estado siempre ahí, es lo natural.

Leí a muchas mujeres, me encantó la novela gráfica de Liv Strömquist El Fruto Prohibido (Reservoir Books), una novela gráfica sobre la vulva, que no es lo mismo que la vagina, porque siempre hemos dicho vagina y lo correcto es vulva como explica su autora, porque siempre nos han enseñado mal, porque no hemos sido nosotras las que hemos escrito un discurso sobre nuestro propio cuerpo. Esa lista de porqués infinitos que Strömquist responde sin dejarse una coma por el camino.

Comí y bebí lo suficiente para estar de acuerdo con lo que Ignacio Peyró volcó sus experiencias con la comida en un libro auténtico que habla sobre la vida. Comimos y bebimos (Libros del Asteroide) relata el amor que se crea al compartir la mesa, sobre la exquisitez de degustar con el paladar una comida, una copa de vino y que esa copa de vino te lleve a una embriaguez que desate pasiones gastronómicas y sensoriales que son recordadas al día siguiente.

Por último, una mujer me voló el cerebro después de ganarse el Herralde en noviembre. Cristina Morales en Lectura fácil (Anagrama) narra y expresa eso que cada día se enraiza más en el ámbito social, en la política y en la burocracia institucional, eso que solo sirve a unos pocos pero censura a muchos: la retórica del poder. Quizás una novela que nos da desasosiego para terminar el año, pero así estamos, esto es real, this is sparta

Pero como no los quiero dejar tristes, a finales de noviembre llegó a mis manos La analfabeta (Alpha Decay, 2015) de Agota Kristof, un libro que no es novedad editorial pero que cala hondo con sus escasas 80 páginas. Esta especie de autobiografía es tan profunda y dolorosa que termina siendo enriquecedora, su lectura resultó perfecta para entender y celebrar mis 9 años como inmigrante, afirmando que todo puede salir adelante si quieres que así sea, si trabajas porque así sea, como lo hizo Kristof en su momento.

Aún quedan libros por leer pero que no nos dejemos vencer por la ansiedad, todavía hay tiempo para leer en el nuevo año. Feliz 2019.

 

 

 

Imagen de portada: Patrick Tomasso.

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