La ciencia de las lágrimas

Mientras miro la pantalla del ordenador y escribo estas líneas, lloro. Llevo una hora llorando.
lágrimas

Mientras miro la pantalla del ordenador y escribo estas líneas, lloro. Llevo una hora llorando.

Hay lágrimas, esas gotas gordas, que caen directamente desde el ojo de forma suicida. Salen de ese pequeño lago que está en el ojo y se lanzan. Otras navegan hasta el lagrimal y caen desde allí elegantemente, como si fueras la actriz de un film noir. Algunas salpican los lentes, son aguerridas y dejan marca, proclaman: “aquí estuve yo, lloraste, ¿ok?”. Las menos visibles se convierten en mucosa y mientras más lloras te la vas tragando y te ahogas.

Las menos visibles se convierten en mucosa y mientras más lloras te la vas tragando porque te ahogas; se te van acumulando debajo de la barbilla y el cuello, mientras gimoteas; y si el lloro es descontrolado, como el mío ahora, tus ojos terminan rojos al igual que tu nariz. Para rematar, la cabeza estalla en dolor, esas lágrimas, que son mucosa, se transforman fácilmente en una estaca que apunta amenazante al cerebro diciendo: “termina de sentirlo todo de una puta vez. Vive, ¡coño!”

¿Quién no ha llorado este año? Si alguien no lo ha hecho que me llame, me escriba un correo o un mensaje de Telegram y me cuente cómo lo ha logrado, porque no lo creo posible. Si hubiese un Spotify de las lágrimas e hiciera mi lista de 2020 diría que empecé a llorar en enero y desde entonces no he parado. Me diría los minutos, las canciones que me han acompañado, los mililitros que han brotado desde ese cauce y las temáticas del lloro: la rabia, el desamor, el abandono, la soledad, el dolor, el duelo, el miedo, la nostalgia o una posible rara avis: la alegría. Llorar ha sido mi actividad constante de 2020.

No es de extrañar que Heather Christle haya llegado a mi vida hace unas semanas con su Libro de las lágrimas (Tránsito editorial, 2020), un ensayo en pequeñas frases sobre por qué lloramos y el poder de las lágrimas. Christle es poeta, por eso el libro está escrito con tantas reflexiones que evocan imágenes sensibles e íntimas. Son pequeños párrafos, aforismos que citan experiencias de su vida, frases de otros escritores, mitos griegos, series y películas donde la gente llora, hasta por qué ella ha llorado con sus amigas, su pareja, sus expectativas.

Christle cita el mito de Niobe que por jactarse de tener catorce hijos frente a los dos que tenía Leto, estos se vengaron. Apolo y Artemisa mataron a los hijos de Niobe y su esposo se suicidó. “Niobe no paraba de llorar. Se transformó en piedra, pero ni siquiera así pudo contener las lágrimas”, dice Christle.  Y no pienso en la maternidad pero sí pienso en cómo nos hemos jactado de cosas durante toda la vida y por eso el 2020 ha venido a removernos como a Niobe, quien llora para entender. Cuántas veces nos hemos comido las ganas de llorar hasta convertirnos en piedra y no mostrar emoción, no decir, no hablar, no confrontar, en resumidas cuentas, no sentir.

Pienso en todas las veces que quise llorar frente a un hombre cuando sabía que no se había enamorado de mí o de aquel que me creyó inferior o de ese amigo que te censuró por un comentario que hiciste pero prefieres no perder tu tiempo en batallas y te tragas las lágrimas de rabia o de dolor porque, si eres mujer y lloras, eres débil.

Parte de la serie fotográfica en la que he estado trabajando los últimos tres años:  “Exorcizar el dolor” | Ariana Basciani

Christle afirma en su ensayo que durante su investigación leyó las estrategias de los padres en diferentes culturas para detener el llanto de sus hijos o cómo el 41 % de los pasajeros hombres de la línea aérea Virgin Atlantic “afirmaron que se escondían bajo las mantas para ocultar sus lágrimas”. También me recordó que Roland Barthes si lloraba y aparecía en público usaba gafas de sol, intentando mantener el estoicismo mientras evadía la pregunta “¿qué te pasa?”.

Por eso pienso que he llorado tanto en 2020, por eso me he fotografiado en el proceso, porque es un exorcismo del cuerpo sobre la mente. Había que dejar la vergüenza a un lado y llorar, por eso la pandemia fue el catalizador como interrogante, esa pregunta que no le hicieron a Barthes, me la hizo la situación del virus a mí. 

Las respuestas vinieron al romper en llanto, en el lloro. Lloré y sentí las lágrimas como pequeños orgasmos del ojo, una forma de soltar energía retenida durante mucho tiempo, una pequeña muerte que calma, que limpia ese nudo en la garganta y los conductos lagrimales; que te hace olvidar de momento y liberan la rabia, el dolor, el desamor, el miedo, las muertes o la incertidumbre del no saber qué nos pasará ante un futuro incierto.

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