Esto lo escribo desde la ansiedad de presenciar el final de la última temporada de la serie Mad Men (siguiendo los pasos de Ariana) y de tener la incertidumbre de saber qué pasará con Don Draper.
Estoy seguro que me adelanto a un final glorioso, como siempre lo ha logrado la serie creada por Matthew Weiner en cada una de sus temporadas, incluyendo a la primera e injusta pausa a las que nos sentenció en el mes de mayo del año pasado. Por eso surge esta reflexión, capaz repetida, capaz nueva, depende del cómo la leas.
En este 2015, Mad Men continuará, llamémosla para ser más pragmáticos narrativamente, las aventuras de ese mítico personaje llamado Don Draper en las agencias de publicidad, en específico en la ficcional Sterling Cooper & Partners.
Como ya muchos sabrán, Draper personifica a ese hombre de los años 30, 40, 50, 60, y 70, una especie de último gran hombre, un reflejo de un último cazador, de un último conquistador, con los vestigios faltantes de esas generaciones de hombres líderes.
Ahora, ese hombre vive en urbes donde el papel de la mujer sigue sin estar del todo claro en la sociedad, sin entender a qué parte corresponden funcionalmente en las áreas de trabajo, relegándolas únicamente a las tareas del hogar y actividades operativas dentro de oficinas.
Draper todos los días sale a un campo de batalla integrado por puros hombres que quieren su cabeza, que idolatran sus atributos físicos y mentales, hombres que al final, odiándolo o amándolo, quieren ser como él.
Pero este nuevo hombre viene con un pasado, signado por un pasado turbulento que ha transitado, amenazando su identidad. Por eso, pocos se imaginan sus desafíos introspectivos, sus dudas existenciales, que cubre con el uso indiscriminado de alcohol y una que otra mujer que se le atreviese en la vía.
La vida de Draper no es difícil de imaginársela, todos vivimos estas dudas, y por eso en Mad Men se capturan muy bien en todo el resto del elenco. Draper junto a Peggy Olson, Roger Sterling o Sally Beth Draper están inmersos en nuestra misma sociedad, en diferentes rostros y puestos de trabajo.
Los ataques de ansiedad se incrementan mientras el tiempo pasa, y el hombre (y la mujer) va evolucionando, mientras sube a la luna bajo la esperanza de abarcar más espacios y el continuo temor del pasar del tiempo, de la pérdida de la inmortalidad y ante un futuro inhóspito para nosotros.
Ahora, no hemos ido más a la luna, solo hemos podido verla de lejos, admirarla, orbitando en sus espacios, temiendo acercarnos de nuevo. Draper sentía la luna en sus manos, cada vez más cerca con la llegada a sus terrenos desconocidos, sin pensar que mientras veía que tan cerca estábamos, más nos estamos alejando de esta.
Un pasado del que nos creímos dueños o líderes, como seguramente los Don Drapers del mundo, y todos sus aliados lo sintieron.
Donde nos damos cuenta que el hombre ya no es uno, solo hay una masa que se pierde entre muchas otras, volcando esos misterios de la ansiedad en reales a medida que el tiempo pasa.
En Mad Men se ven las imperfecciones iniciales, esas costuras que determinarían las sociedades futuras, a las que pertenecemos y esas que nos pasaran encima.
Draper siente temor al futuro, a sus consecuencias, se aferra a detalles del presente para ubicarse ante la eminente supresión de su vida, ocupada instantáneamente por jóvenes, ambiciosos, que ríen en bares conspirando para ocupar su puesto, reyes del mundo momentáneo hasta que pasen de moda al igual que el primero.
Mujeres y hombres, se han sentido identificados con Mad Men en el tiempo, una serie que ha logrado involucrarnos a todos sin distinción de sexo ni edad, en esos vestigios que vivimos, sin importar incluso el tiempo.
Sus imperfecciones son nuestras imperfecciones, sus ambiciones nos pertenecen, sus errores los hemos cometido muchos, tratando de dejar una ruptura con nuestro nombre en el tiempo, donde el temor nos une y nos vuelve masas, queriendo ser un Draper cualquiera que sobresalga del resto.
Draper siempre deja ese sinsabor de querer ser como él, de odiar todo lo que personifica, como en una especie de desdoblamiento al que nos aferramos a diario como parte de descubrir que capaz todos somos como él.
Al final de Mad Men, esos cuarenta minutos de exploración continuaran siendo, a pesar de su cierre, en uno de los reflejos atemporales más reales e importantes de la pequeña pantalla.