“Pasé mi infancia jugando sola en un jardín”, escribe la escritora italiana Natalia Ginzburg en una historia en la que vuelven pasajes, personajes y temas que nos recuerdan a Léxico Familiar, el libro con el que ganó el premio Strega en 1963 y que la convirtió en una de las escritoras más importantes de la literatura italiana.
La frase que cito la extraigo de un relato -o quizás un recuerdo- que se llama Infancia y que podemos leer en Domingo. Relatos, crónicas y recuerdos, traducida por Andrés Barba para Acantilado. Las historias, los artículos, las cartas son una vía de conocimiento paralelo para conocer a la autora, por lo que quizás, es la forma más auténtica de frecuentar su complejidad narrativa luego de leer textos más conocidos como Léxico Familiar o Querido Miguel.
Domingo. Relatos, crónicas y recuerdos, título y subtítulo, recoge una serie de cuentos biográficos, recuerdos, crónicas de la autora italiana. La traducción, contiene veinte relatos, de los cuales siete son inéditos en español.
Los relatos de Ginzburg mezclan lo biográfico como en Léxico familiar, y otros temas recurrentes en su obra como el viaje, la observación y, por supuesto el miedo de la guerra. Con medios que parecen muy pobres, cada historia de Natalia Ginzburg es una manifestación de presente y pasado, una tradición que corre en sí misma, que agrega gestos, objetos y líneas de diálogo que se tocan de manera secreta y no se olvidan.
La literatura que crea Ginzburg desvelan una Italia nueva, como solo ella puede. Su Italia es diferente a la de su contemporáneo Cesare Pavese o a la actual Elena Ferrante. Estás son unas narraciones en donde Abruzzo y el Adriático toman vuelo, donde vio la guerra iniciarse y vivir el destierro de su marido.
Los Abruzos fueron su visión de Italia y del mundo durante tres años. Allí fue donde observaba a los campesinos mientras escribía desde un espacio impuesto por la guerra y donde “todas las casas eran iguales. No era fácil distinguir campesinos pobres de los ricos”, pero que al final le dio buenos momentos y recuerdos: “con frecuencia me pregunto cómo habrán ido las cosas en el pueblo después de nuestra partida…habrán llegado nuevos exiliados políticos…y habrán sido acogidos con la misma simpatía con la que lo fuimos nosotros. Fue ahí donde pudo escribir crónicas poderosamente políticas ya que las visiones de sus conciudadanos desconocían “el bienestar y por eso no lo desean. No sé si el fascismo es el responsable de esto”.
El miedo, la ausencia y los afectos circulan por la narración: “las palabras ‘la guerra continua’ resonaron en una mañana gris”…comenzó el miedo otra vez” afirma Ginzburg y ella es capaz de hacer sentir todo esto escribiendo desde una voz dócil, demostrando que puede mantener el tono a la hora de describir la terrible realidad aunque se viva en carne propia.
Esa cruda vivencia los lectores también la encontrarán en Recuerdo, una suerte de poema escrito para su esposo Leone Ginzburg quien murió en la cárcel a manos de la Gestapo, donde no se entiende el miedo sino la ausencia: “cuando tienes miedo, nadie te da la mano”. También en esta compilación se podrá leer Mujeres del Sur una crónica para releer y repensar los privilegios de clase o las atrocidades del rol de la mujer.
Natalia Ginzburg, a pesar de ser de izquierda declarada, rechazó lealtades políticas en su ficción y defendió que su labor como escritora era representar las relaciones humanas, esto a pesar de haber ocultado su verdadero nombre del mundo literario bajo Alessandra Tornimparte debido a la opresión fascista.
Quizás ese rechazo hacia la militancia se evidencia en querer demostrar las aventuras simples o la inocencia feliz de algunos de sus personajes –inclusive de ella misma- y la depredación de otros. Su mundo está reconstruido y agotado por las circunstancias, sin embargo hay toques de compasión a través de esa voz dócil que da luz para llegar a la aceptación de las ausencias como única forma de seguir adelante.
