¿Cómo se lee el amor en tiempos donde la individualidad impera? A partir de tres libros vivimos el desengaño y confrontamos el mito del amor romántico, sus paraísos artificiales y sentimientos líquidos.
El mito del amor romántico en tiempos de feminismo pop
Habíamos leído a Patricia Castro en diferentes medios digitales y, por sobre todo, habíamos seguido con interés su vídeos desacomplejados en Youtube. Por esa razón no nos ha sorprendido que fuese capaz de dar a imprenta una primera novela tan contundente como Sueño contigo, una pala y cloroformo (Apostroph, 2019).
Con ecos del Mañas del Kronen y ambientada en los últimos años de la segunda década de este siglo, la novela de Castro enuncia una versión contemporánea, postmoderna, feminista y (des)articulada del mito del amor romántico, aquí entendido ya como delirio, enajenación y acaso frugal rebeldía (en tanto que negación de la realidad en crudo). Pero también en tanto que distopía (post)irónica. No en vano se produce una constante oposición entre la realidad y el ensueño, visto siempre en tanto que tragedia jovial (y no porque sea risible, sino porque en su complejidad autoparódica produce mucha perplejidad y asombro; pero, hey, así es la realidad).
Pensad que es como si a John Fante le chutaras un cóctel de hormonas individualistas y feministas mezclada con una culpable consciencia de clase y el desdoro de una imposible pureza y autenticidad. Casi nah.
Pues más o menos es esto lo que nos encontramos en esta novela: una voz (bien) y un ritmo (mejor) que le sirve a la construcción dramática de una (des)ilusión primigenia para convertirse en un muy interesante artefacto narrativo. Dicho en otras palabras: la ferocidad de una voz (femenina) salvaje y sentimental que nos cuenta un triste, banal y breve desengaño amoroso, pero que ella viste con los ropajes del mito, el destino y la leyenda.
Una voz narrativa en primera persona (Alex) que da cuenta de su enamoramiento y (des)enamoramiento de Julia, “una vampira postmoderna”; un personaje que, a fuerza de ser extraordinariamente prototípico (y que podríamos definir como una feminista de salón), es fascinante. Con un esquema más o menos clásico de historia de amor fou (pero en clave lésbica), Patricia Castro construye una fábula transmoderna llena de ternura y tristeza, de amor y odio. Una “historia de amor cutre”, “una forma pura y suicida del amor”. Así sería el amor romántico hoy para Alex, la protagonista de Sueño contigo…
Con un extraño toque retrofolk (en un sentido grunge/punk noventero), esta fantasía (post)baudeleariana ofrece una visión actual del mito romántico que tiene que ver con lo siguiente: que la vida no es lo que te han contado en el cine, las películas, las novelas o las canciones. El amor se ha vuelto neoliberal, el egoísmo es difícilmente conciliable con los afectos y el reconocimiento íntimo entre los seres humanos es imposible en estos tiempos líquidos.
Alex, la narradora, lo expresa de una forma harto elocuente: “La vida no era un chiste sin gracia, sino varios”. De ahí que ya solo se pueda vivir cubriendo a la odiosa realidad de ilusorios ropajes modélicos, aquellos en los que se basaba el mito del amor romántico: la salvación a través de la pareja, el sacrificio, la monogamia, la entrega sin condiciones y el proyecto vital común.
La diferencia entre esta novela de Patricia Castro y un texto decadentista, fin de siècle, es que ahora ya se sabe de esa imposibilidad y, aun cuando se sigue fantaseando con ella, se siente como una utopía inverosímil, un engaño barato, un truco cochambroso que nos saca de sufrir por un rato de las penurias de nuestras vidas precarias. En otras palabras: el ideal del mito romántico es un paraíso artificial transitorio. Droga dura (y bien chunga).
El amor en los tiempos líquidos
En Amores líquidos (Poesía para una mundo hostil), el proyecto que aúna poesía e ilustración capitaneado por Carlos Asensio bajo su sello Circo de extravíos, se plantea la paradoja de que el ser humano quiera aferrarse íntimamente al amor cuando, en realidad, lo único que pretende es consumir relaciones sentimentales.
El volumen colectivo, según apuntan el propio Carlos Asensio y Cecilia González Godino en el prólogo, quiere ser espejo “de un fenómeno social que invade y cristaliza nuestros vínculos humanos, de un amor insalvable”.
16 poetas, 16 ilustradores que se afanan por dar cuenta de los rastros de un ideal que apenas sabemos por dónde buscar. Son versos e ilustraciones que hablan del dinero, de los cuerpos, de cómo gestionar el desastre con palabras. Del “tiempo ajeno al tiempo”, como dice Rafael Saravia. De los límites infranqueables de mi yo y tu yo, pero igualmente del eterno retorno de todos los males, de la amistad, de nuestras relaciones telemáticas: de qué demonios podemos hacer con el amor en estos tiempos baumanianos. Del afecto: “un templo abandonado / que un día conquistarán las flores”, al decir de Pablo Monforte.
Versos y trazos que nos comunican la dificultad de los nudos que nos limitan y que nos obligan a (des)conocernos. De la vida como un triste ensayo interminable que, como nos dice Erika Martínez, acaba con “nuestros cuerpos detenidos / [que] transparentaron el paisaje”. De la debilidad. De la certeza de que “A pesar de todo podremos decir que hemos soñado”, como nos cuenta Vicente Monroy.
Versos que nos vuelven conscientes de nuestro engaño, pues es que -como dice Sara Herrera Peralta– “Nos creíamos felices”. Sin embargo, y como enuncia Ben Clark abriendo el libro, “Tenemos lo difícil: nos tenemos”. Ahora tenemos que averiguar qué demonios hacemos con eso. Sin dinero. Al filo del alambre.
El amor en los tiempos de la enfermedad
Me quiero vivir (Acantilado, 2019), de Cecília Bofarull es la crónica de una doble vida. En la que su autora lucha porque nada le quite las ilusiones y los sueños mientras mantiene a raya a la enfermedad.
Se trata de un diario personal, que comenzó con una mancha, una mancha que “parecía solo una mancha física, pero esta mancha transformó mi vida; era un cáncer de mama con metástasis óseas que después fueron apareciendo en otros lugares del cuerpo”.
Una año y medio después de que apareciera el cáncer, Cecília Bofarull pintó una mancha. La primera mancha. Porque “una mancha es volver a empezar”. Y ya no paró.
A las manchas le siguieron breves flashes cotidianos de su vida. Concisas anotaciones llenas de coraje y crudeza. Porque ni se idealiza ni se buscan sutilezas o subterfugios aquí. La vida en toda su plenitud, con el dolor intacto. El temor cercano de la muerte.
Hay también ilusiones y deseos, la búsqueda de la infinitud del día siguiente. Esperanza, cariño y, por sobre todo, ansias de vivir. Amor por el hijo, Max, pero lo más importante: amor por sí misma, que es la base de todo lo que luego una es capaz de irradiar afuera.
En una de las anotaciones (se trata de una carta que Cecília le escribe al cáncer) dice: “Gracias porque he aprendido a tener empatía y a entender al otro y ponerme en su lugar”.
La conciencia de que todo nos hace más sabios, más fuertes; más humanos.
Y una certeza: hemos de convivir con el miedo, pero no podemos dejar que nos paralice.
Aceptar la transformación, cabalgar el movimiento; porque una mancha “es volver a crecer, es una nueva oportunidad”. Así este breve diario, un recuento de instantes dolorosos, que recorre fugazmente casi cuatro años de la vida de su protagonista y que sirve para darse cuenta de que, al fin, “el tiempo no existe, la vida es aquí y ahora”.