Escribo esto como una especie de introducción a una serie de crónicas, en las que solo espero generar una especie de discusión sobre una actividad que pareciera innata y, que a su vez, sigue siendo un tabú para nuestra sociedad.
Me atrevo a decir que el promedio de visitas a un strip club para cualquier “macho” en un país, donde son comunes y permitidos este tipo de establecimientos, debe ser por lo menos de 2 o 3 visitas por año.
En mi caso, esta estadística puede ser desalentadora para cualquier persona que quiera incrementar este promedio. Es posible que haya realizado unas 4 o 5 visitas a estos antiguos establecimientos a lo largo de mi vida, siendo una estadística muy pobre para algunos de mi género.
Primero, tengo que aclarar, que a pesar que me llaman la atención por las distintas actividades que se originan en estos sitios: desde las subidas y bajadas en los batitubos, el constante vitoreo de hombres -y algunas mujeres- y todo el trasfondo, de alguna manera ilegal que los rodea. Generalmente he ido por razones ligadas a celebraciones, dígase graduaciones, cumpleaños, e incluso una vez fui a acompañar a una amiga que iba a realizar unas entrevistas, a la que me uní dada la interesante conversación que estaba por gestarse.
Otra cosa que tengo que admitir, y capaz sea la más vergonzosa, es que las visitas que he realizado a estos clubes me ha producido en el trascurrir de la velada, el quedarme dormido. No es que no los encuentre emocionantes, interesantes, más bien, por una cosa de naturaleza personal, me tiendo a cansar cuando el ambiente a mi alrededor es repetitivo, y como en la mayoría de las veces, como no cuento con carro personal para largarme, o dinero para tomar un taxi, siempre me quedo, esperando que mis amigos cumplan con ese acto cultural de tratar de agradar a alguna de las trabajadoras de estos lugares.
Mis amigos, al igual que yo, no tienen un fondo económico que pueda permitirse una noche con estos magníficos especímenes -bueno realmente esta afirmación como que depende del club al que se visite, lo cual explicaré luego-, sin embargo, creo que siempre existe esa especie de ilusión en la que alguna de ellas se interesará por uno de mis amigos y decida obviar ese montón de cazadores con experiencia y dinero, para dejarse embelesar por mis jóvenes compañeros y, en una fantasía poco realista, regalarles servicios de placeres durante la noche. Esto, desgraciadamente nunca ha pasado.
A pesar de tener el mismo resultado en todas las situaciones, siempre trato de apreciar en lo posible todas las actividades que suceden, capturando la esencia de los hechos en los establecimientos, sorprendiéndome o acostumbrándome a la naturaleza oculta de un sociedad que los visita buscando emociones disímiles.
Con esta pequeña aclaratoria, les invito a leerme.
Nos vemos pronto en el batitubo de un strip club.