El 2020 ha sido el año de estar perdido, de navegar la incertidumbre entre las pocas certezas que te da tu cuerpo y la duda a una inminente enfermedad. Al fin y al cabo estamos frente a una pandemia, que de no controlarse podría causar estragos mayores, pérdidas económicas y humanas; lugares comunes que ya sabemos pero que nos aterran igual.
Pérdidas, pienso. Perdida. Empecé a leer Una guía sobre el arte de perderse (Capitán Swing, 2020) de Rebecca Solnit estando cuarentena y el planteamiento de la autora puede reflejarse perfectamente en nuestra cotidianidad actual: ¿acaso hay un camino correcto en la vida o, durante esta pandemia?
Solnit expone en nueve capítulos cómo no hay una guía para perdernos. Perderse no está reglado como una revista académica y menos mal. Nos perdernos por ir más allá, por rebeldía, por amor, por imposición, por evasión, por dolor, por muerte. Nos perdemos en nuestros pensamientos, en el azul del horizonte al ver el mar. Perderse es la huida y también la forma de encuentro, la resilencia psicológica y la reinvención. Un uroboros en sí mismo.
El capítulo El azul de la distancia se repite tres veces pero solo resume en concepto de distancia y el color azul: mientras más lejos estemos más oscuro se verá, una metáfora para entender el deseo y la posesión frente a la pérdida o la lejanía: “Hay cosas que solo poseemos si están ausentes, hay cosas que no están ausentes si de ellas nos separa la distancia”.
La escritora estadounidense nos invita a salirnos de los caminos y a abrir nuevos, así como los conquistadores españoles que cortaron por la jungla en busca de la leyenda de El dorado. Nos recuerda que a muchos se les impuso perderse en la naturaleza, pero fue allí donde encontraron una nueva vida, como la puritana Eunice Williams, quien fue secuestrada por los indios Mohawk, para luego casarse con uno y formar una familia. Williams había dejado el puritanismo y prefirió ser salvaje que volver al camino correcto de los colonizadores blancos.
También nos recuerda que el rapto de Perséfone por Hades fue la forma de que Perséfone sintiera la libertad, que dejar a la madre, abandonar y matar el vínculo con la dependencia materna era convertirse en adulta y ganar poder y autonomía. Perséfone es la rebeldía, la adolescencia, cuando empezamos a orientarnos hacia la muerte, abrazamos el caos y nos sumergimos en él con esa actitud temeraria “de quienes a veces caen en la autodestrucción” o los riesgos asociados a la atracción del caos: las drogas, las aventuras, la vida social intensa.
Para Rebecca Solnit la actitud hacia la vida como casa, como lugar seguro, eso que algunos llaman zona de confort, es diferente para cada uno. «Aunque me había ido de esa casa para siempre un cuarto de siglo antes y acababa de salir de ella en mis sueños a lo largo del año anterior, el condado era un lugar al que había seguido volviendo voluntariamente una y otra vez, y al hacerlo en esta ocasión había visto aquellas historias una dentro de otras». Las historias de vida como una matrioska, varias casas, varias vidas de resguardo o no, unas dentro de otras.
Para algunos esas historias de vida y pérdida consisten en arrojarse una y otra vez a lo desconocido, se pierden pero siempre regresan a casa, mientras para otros es ir caminando lentamente en línea recta alejándose del lugar de donde se ha partido, sorprendiéndose en el camino.