Hace un tiempo, en un texto que escribí para culturetas.es, confesé haber estado obsesionada toda mi vida con mi cuerpo y sus dimensiones. La confesión venía a lugar porque me cuesta mucho admitir una obsesión que me hace sentir vanidosa.
Siempre he pensado que la vanidad es lo peor. Recuerdo haber leído a Simone de Beauvoir, creo que en Memorias de una joven formal, contando que conoció a una de las otras amantes de Sartre y que, cuando se encontraron por primera vez, la mujer lo único que hacía era verse en el espejo detrás de Beauvoir.
Esa historia reforzó un valor que ya era parte de mí. El problema es que, el temor a sentirme vanidosa me ha jodido más que el problema mismo. De manera que aquí quiero darle forma al tema sin preocuparme de mi vergüenza.
Según un artículo del Times, 70 % de las mujeres latinas se refieren a sí mismas con términos peyorativos. Nos referimos a nosotras mismas como vacas gordas y demás insultos. No por lo que es una vaca, que no es para nada un insulto, sino por lo que queremos decir, por el desprecio con el que lo decimos.
En facebook hay un grupo, Stop gordofobia, que ha estado compartiendo textos, videos y todo lo que encuentren acerca del tema de la fobia a la gordura, y de los problemas que tiene la cultura con el cuerpo humano, sobre todo con el cuerpo femenino.
Cuando escucho hablar de feminismo, recuerdo textos en los que se habla del dildo como el nuevo pene, de que la vagina no existe y cosas con las que, honestamente, no me siento identificada. Son tan abstractas a veces que no sé si se refieren a algo que está en el espacio y el tiempo.
Stop gordofobia no es un sitio feminista. Me parece que es un lugar en el que mujeres y hombres podemos compartir y revisar nuestras nociones acerca del cuerpo. Hace poco leí un comentario allí de alguien que consideraba que la página promovía la obesidad. Se me ocurre que no podemos esperar de gente simple que piense acerca de temas complejos. Pero aún así, voy a intentar ilustrarle a esa gente la diferencia entre obesidad/problemas de salud y el establecimiento de una buena relación con un cuerpo que está sano, pero que la mayoría de la gente rechaza por no ser un esqueleto.
Nuestra cultura nos bombardea de mensajes constantes acerca de lo delgadas que tenemos que ser las mujeres. Es difícil no sentirse inapropiado cuando no hay descanso. Como dice Jean Kilbourne en Killing us softly, podemos pensar, como muchas personas, que nosotros somos especiales y tenemos el poder mágico de ignorar los mensajes publicitarios, pero lo que no sabemos o no queremos admitir es que estos mensajes inevitablemente nos llegan.
No pienso darle demasiada importancia a este tema ni dedicar párrafo tras párrafo a hablar del photoshop. Me rehúso a pensarme como una víctima. Principalmente porque esa es una actitud que no ayuda, que paraliza. Pero creo que es importante admitir que no es fácil. Tener un cuerpo no es fácil.
Me parece que iniciativas como las que hemos estado viendo que nuestras amigas postean en sus facebooks acerca de la aceptación del cuerpo propio son absolutamente necesarias. Las campañas de Dove, me parecen excelentes. Usualmente las empresas de artículos de belleza nos hacen sentir como la mierda para que pensemos que necesitamos sus productos. Inventan cosas como la celulitis para que nos veamos al espejo y nos asqueemos.
Es cierto que se puede decir que una de esas campañas parece apuntar a que algunos rasgos son feos y otros bellos. Pero yo prefiero interpretarla como que las mujeres no nos sabemos ver. Nos cuesta, y la responsabilidad es en parte de gente que quiere hacer dinero a costas de nuestra inclinación a la inseguridad.
El problema del espejo no es que somos vanidosas y queremos vernos hermosas porque somos histéricas y dependemos de la perspectiva del otro para sentirnos bien. Okey, hay algo de eso, lo admito. Pero principalmente el problema es que vivimos en una sociedad (perdonen los clichés) en la que el valor de la mujer se determina a través de su belleza o falta de ella.
Revisemos nuestras reacciones al ver mujeres en la televisión. Nos sentimos que estamos en el derecho de criticarlas por el solo hecho de que son mujeres y bueno, de que están en la televisión. Escuchemos nuestras críticas. “Se veía mejor con maquillaje”, “la vejez no la trata bien”. Probablemente seas una de esas personas que no admite tener estos pensamientos. Yo pienso que es mejor admitir nuestras asquerosidades y después lidiar con ellas a meterlas bajo la alfombra y pasarnos la vida tratando de ignorar su presencia, mientras que nuestro inconsciente las revela en forma de autodestrucción.
Estos problemas con los ideales no son para nada exclusivos de las mujeres. Los hombres también lidian con imposiciones. En algunas culturas tienen que tener muchas mujeres, en otras es inaceptable que no se beban un vaso grande de birra, etc.
Esto me hace pensar en un tema relacionado, a lo que es femenino y que es masculino. No llegaría al punto de decir que estas categorías no existen sólo porque no quiero que existan. Diría, en cambio, que no hay una receta que dicte cuáles son las cantidades de feminidad o masculinidad que deben poseer los hombres y las mujeres.
Creo que la dificultad de tener un cuerpo está estrechamente vinculada con la dificultad, al menos en mi caso, de comprender los ideales del género, de admitirme mujer.
Admitirse mujer implica entrar en ese juego impuesto por la cultura desde que comienzan a salir las tetas. Un juego que es planteado también por la naturaleza, un juego demasiado cruel para una niña: el juego del deseo.
El texto que Ariana Basciani escribió hace unas semanas en esta misma página hablaba de estos temas también. En él, Ariana nos invita a reconsiderar nuestros prejuicios, a dejar de rechazar lo que desconocemos. Creo que por ahí va lo que quiero decir. Nuestro cerebro nos hace tender a las simplificaciones, pero esto nos lleva inevitablemente a la intolerancia. Es cierto que no es fácil retar nuestra naturaleza, pero para algo más que joder tenemos que usar la cabeza.
Esto lo escribe la parte de mí que todavía tiene esperanza en la humanidad, un 0,1 %.