¿Es el verso una técnica moribunda? ¿La poesía ha muerto? Jorge Drexler te respondería que no a la primera pregunta. Si Instagram fuese un ser humano, negaría la segunda. Sin embargo, cada año un titular de un periódico dice que la poesía ha muerto. En 2013 lo hizo la revista TIME, en 2015 lo hizo el Washington Post. Sin embargo, tantos titulares dan la impresión de que no hay nada muerto, sino que está más vivo que nunca. Cada año se celebra el Día Mundial de la Poesía.
En España, el último estudio de hábitos de lectura ofrecido por el CIS, posicionó a la poesía por delante de los cómics y los libros de autoayuda, este último un dato bastante alegre. Mientras tanto en Latinoamérica, no existen datos concretos, la UNESCO no ha hecho un estudio en la región desde 2012.
A pesar de la falta de datos oficiales, desde extrañas antologías de color amarillento que esperan ser descubiertas en el último pasillo de la biblioteca para retroalimentar el feed diario de Instagram, la poesía ha recorrido un largo camino. A diferencia de algunos poetas exitosos de Tumblr e Instagram, los poetas más famosos de nuestro mundo no pueden decir que se han vuelto “virales”. El mundo digital ha alterado casi por completo cómo se produce, comparte y consume poesía, ya que también existen poetas menos milennials y sin redes que conviven con los digitales y siguen su curso cual salmón, intentando abrirse un camino para visibilizar su obra hasta llegar a una estantería.
¿Acaso internet le ha hecho a la poesía lo que la primavera le hace al cerezo? Puede ser. Se ha dicho que Internet ha ido poco a poco arruinando a la industria editorial, pero, ¿la industria ha estado muy interesada en publicar poesía?
La falta de poesía publicada o más bien la falta de nuestra disposición a pagar por la poesía ha sido un problema dolorosamente persistente en nuestra cultura, compramos novelas antes que poesía y estoy obviamente haciendo una generación pero los datos sí dan. Si bien Internet no podía cambiar este hecho, sí amplió los espacios para el intercambio de poesía, dejando la exclusividad fuera.
¿Qué le podría preocupar a los amantes de la poesía en la actualidad? En primer lugar, el plagio y la apropiación. Es fácil copiar un poema y agregarle un poco de sal , pero es igualmente difícil para cualquier persona indicar a la gente que ha robado. Un experimento del poeta Thomas Young en Instagram demostró la popularidad instantánea lograda por la poesía corta y trillada –no es difícil ver perfiles citando poemas solo para darle un copy a una fotografía-. Según Young comentó a PBS, la generación más joven, “está muy interesada en la poesía estilo fidget-spinner. Solo están desplazándose en sus dispositivos, para leer algo al instante, mientras las bibliotecas están vacías. Creo que la gente de hoy no quiere leer nada que genere una gran cantidad de pensamiento crítico “.
Entendiendo el caso experimental de Young la poesía se ha reducido para encajar en cuadrados de Instagram. Diferentes aplicaciones permiten vincular su escritura con una tipografía elegante o efectos visuales llamativos, priorizando en la estética glamorosa y banal, mientras se socava el poder de los poemas para crear imágenes en nuestra mente.
También la extensión de la poesía se ha visto mermada dependiendo del tamaño de pantalla de nuestros dispositivos, sin embargo, es crucial recordar que la extensión nunca fue el único parámetro de la buena poesía. Las dohas de Kabir o los haikus japoneses de Basho pueden atestiguar que los poemas cortos y simples pueden ser tan legítimamente poéticos como los sonetos de Shakespeare, Góngora o Bishop. El problema es que la actual popularidad de la poesía corta, es alarmante no porque sea breve, sino porque revela nuestra una baja capacidad de atención. ¿Es un tweet un haiku?, es una terrible analogía pero cabe en nuestros tiempos. Si la poesía nos enseña la paciencia, no está seriamente amenazada cuando estamos online.
Comprar antologías o imprimir poemas permite recuperar la paciencia que se ha perdido en las redes sociales. la conciencia es imperativa. Al ser conscientes de nuestra interacción con la poesía, impresa o en nuestros dispositivos digitales, podemos gravitar hacia una poesía mejor y más inclusiva. Internet puede haber conectado poetas a los lectores, pero ha asegurado una cierta soledad para ambos, que debe ser mitigada de forma creativa.
No sabemos si la poesía vaya a morir y si te hará viral o si salvará tu vida, pero puede hacerla más amena o simplemente darte una puntada en el estómago al empatizar con un poema sobre desamor, locura, miedo, o los miles de temas universales y ricamente cercanos.
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